En esta época de pandemia, con una situación sanitaria saturada, en la que se demandan tanto a profesionales sanitarios como a centros hospitalarios que puedan albergar los altos índices de infectados por este letal virus, hay en Sevilla un centro médico abandonado a su suerte desde hace más de quince años y que actualmente apresura las obras de remodelación y reconstrucción de sus instalaciones.
El antiguo ¨Hospital Militar Vigil de Quiñones¨, en su día era un centro médico con 83.000m² de superficie, 750 camas, 29 especialidades médicas y un helipuerto. Fue comprado por la Junta de Andalucía en el año 2004 y han sido múltiples las promesas de reconstrucción de este recinto, que se han ido alargando en el tiempo hasta sufrir un abandono total en el que se han repetido los actos de saqueo y vandalismo. Un edificio fantasma que en su día se adquiere para aliviar la presión asistencial que sufren los hospitales públicos hispalenses con largas listas de esperas en operaciones y colapsos en las urgencias.
Ha hecho falta una pandemia para reactivar esta construcción de 12 plantas en el que solo se rehabilitarán la 4ª, 5ª y 6ª que acogerán 150 camas de hospitalización, la 2ª en la que se instalarán 27 camas de UCI, con boxes de aislamiento y esclusas de acceso y la 1ª que albergará las salas de Rayos. Además, se adecuarán otros espacios para admisión, farmacia, áreas de personal, etc.
Este edificio inaugurado el 27 de junio de 1980, con cuarenta años de existencia, vuelve a la actividad, aunque de forma parcial para atenuar las consecuencias de esta epidemia que estamos viviendo.
Van a ser múltiples las actuaciones que llevemos a cabo para su remodelación, montaremos andamios en sus fachadas y escaleras de emergencias, entrada principal, etc.
Los andamios partirán desde la planta baja o desde las cubiertas con alturas que superan los 24m y que son necesarios de calcular conforme marca la norma.
En su entrada principal se creará una estructura metálica que se ha de revestir, la imposibilidad de apoyar los andamios en la base hace necesario colocar unas vigas metálicas a modo de ménsulas soldadas a dicha estructura. Esto nos llevará a calcular las cargas que han de transmitir los pies de los andamios sobre estas ménsulas y la idoneidad de la estructura. Además, se tomarán todas las medidas para garantizar la estabilidad y el apoyo del andamio sobre la estructura que se instala en obra.
Montajes de andamios que han hecho trabajar a nuestro departamento de cálculo para justificar todas y cada una de las instalaciones realizadas.
Entre los siglos XIV y XVIII, los brotes de peste se repetirán en la ciudad de Sevilla continuamente, estos se diferenciarán por su virulencia, pues normalmente provenían de extremo oriente y entraban por los puertos a través del mar Mediterráneo o por Portugal, solo en una ocasión penetró por el norte y entraría por el océano Atlántico, fue la acontecida entre 1599 a 1601.
Esta enfermedad, la yersiniosis, se transmite por una bacteria, la yersinia, que necesita de unas condiciones atmosféricas y climáticas muy determinadas, pues requieren de una alta humedad y temperaturas bajas, se desarrolla en primavera y desaparece con los calores del verano. Transmitiéndose a través de las pulgas que viven en los pequeños roedores.
En el siglo XIV, en 1350 se produce un episodio que fue devastador, al que le sucedieron otros menores que se repetirían cada 10 o 15 años.
En el siglo XV, se producen nuevas epidemias si bien no se documentan si eran episodios de peste o producidas por otras causas.
En el siglo XVI, se produce un fuerte brote en 1507 y una gran epidemia en 1599, que duró tres años.
En el siglo XVII, solo se registra una epidemia en 1649, pero ha sido la más terrorífica que ha sufrido esta ciudad. No se sabe la cantidad exacta de fallecidos durante esta crisis, pero se baraja una cuantía de sesenta mil personas, aproximadamente la mitad de su población. La enfermedad se extendió por toda la ciudad, afectando sobre todo a los barrios más pobres, en los que sus vecinos vivían más hacinados como el de Triana.
Cientos de personas perdían la vida todos los días, la gente arrojaba los cadáveres a las calles y los carros los recogían, los enterramientos eran en fosas comunes, en carneros, que se situaban en las afueras del recinto amurallado: la Puerta Real, el Baratillo, el convento de San Jacinto, Macarena, Osario y el Prado de San Sebastián.
La gran mortalidad llevaría a tomar decisiones como la limitación de la movilidad, en Madrid, capital de la Corte, se prohibió la entrada a todo viajero o mercancía procedente de Andalucía.
Se organizarán procesiones y rogativas esperando mitigar la plaga, como la que refleja este cuadro en la que se representa una comitiva en la Plaza de San Francisco.
En aquella época los hospitales no tenían funciones sanitarias, pues en ellos solo se acogían a niños abandonados, a viejos y a mujeres sin dote, tanto es así, que en el acta fundacional del Hospital de las Cinco Llagas se prohíbe expresamente atender a enfermos con afecciones contagiosas. Pero en situaciones de graves epidemias, se habilitaban unas dependencias aisladas en las inmediaciones en las que se trataban a los infectados.
Especialmente significativa fue su labor de esta epidemia, en la que se llevó por delante a su administrador, al secretario de curas, al barbero, a los eclesiásticos que administraban los santos óleos y al cuerpo médico casi en su totalidad.
¨Entraron en el Hospital de la Sangre veinte seis mil y setecientos enfermos, de los que murieron veinte y dos mil y novecientos y los convalecientes no llegaron a cuatro mil. De los ministros que servían faltaron más de ochocientos. De los Médicos que entraron a curar en el discurso del contagio, de seis solo quedó uno. De los Cirujanos, de diez y nueve que entraron quedaron vivos tres. De cincuenta y seis Sangradores quedaron veinte y dos¨.
¨Este fue el más trágico suceso que ha tenido Sevilla y en que más experimentó cercana la muy miserable fatalidad de ser destruida», ya que «quedó Sevilla con gran menoscabo de vecindad, si no sola, muy desacompañada, vacías gran multitud de casas, en que se fueron siguiendo ruinas en los años siguientes; todas las contribuciones públicas en gran baja; los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad¨.
Esta fue la última epidemia que sufriera la ciudad, pero supuso un duro revés a su economía y en especial a su población que no se recuperaría hasta principios del siglo XIX.
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