Para la restauración de dos esculturas de ángeles y un escudo de grandes dimensiones, nos solicitan el montaje de un andamio que permita su bajada, ya que la intervención in situ conllevaría la ocupación del presbiterio durante el largo periodo que esta actuación necesita.
Realizamos una visita previa con el fin de valorar los medios necesarios para hacer la bajada de estos bienes, ya que su disposición, altura y dimensiones nos llevará a concebir un andamio que permita realizar esta delicada operación.
Siempre que se diseña un andamio para la bajada de obras de arte, tenemos que tener en cuenta que no hemos podido valorar previamente la fijación o anclaje a los muros, ni su peso, ni tampoco sus dimensiones reales. Hasta que no alcanzamos mediante el andamio la altura de estos, no sabemos qué nos vamos a encontrar.
Siempre tendremos que contemplar diferentes situaciones y llevar alternativas que permita la ejecución del trabajo.
En esta ocasión y para su ejecución de esta tarea, concebimos una torre de andamio de base 2.50 x 3.00m. y altura de plataforma de 8.30m que nos permitirá alcanzar la altura necesaria para la bajada tanto de los ángeles que se disponen por debajo del escudo como del propio escudo.
En este caso el peso de los ángeles es relativamente bajo, por lo que el descenso se hace de forma manual con un operario en cada altura del andamio.
Con la bajada del escudo nos encontramos con múltiples inconvenientes, pues al intentar tantear su peso vemos que no es posible su movimiento. Comprobamos los puntos de anclaje y verificamos que se apoya sobre alcayatas de grandes dimensiones y se fija mediante anillas a anclajes situados en el muro.
Mediante palancas debidamente protegidas, conseguimos elevar el escudo y soltarlo de sus fijaciones, posteriormente lo apoyamos en las plataformas del andamio, donde procedemos a su atado y bajada por el interior del mismo; dos restauradores lo guían en su bajada.
La operación se ha realizado satisfactoriamente y las piezas ya descansan en el suelo para trasladarlas al lugar donde se desarrolle la restauración.
En 1590, Enrique de Guzmán y Ribera, segundo conde de Olivares y embajador de España en la Santa Sede funda una iglesia en Olivares. Su hijo Gaspar de Guzmán y Pimentel, tercer duque de Olivares, logra que dicha iglesia eleve su rango a colegiata mediante una bula del papa Urbano VIII.
En los primeros estatutos redactados por el propio conde duque de Olivares y aprobados por la santa sede, se establece que el altar mayor debía estar presidido por una imagen de Santa María de las Nieves. Pese a la importancia de este retablo y de los artistas que en el intervienen, me llama más la atención del relicario que se dispone en el lateral izquierdo del presbiterio.
El origen de esta gran colección de reliquias se le debe a dicha estancia en Roma del conde Enrique de Guzmán y Ribera y especialmente a su esposa María Pimentel y Fonseca, ya que la relación del conde con la Santa Sede no era muy afortunada y será la devoción de su mujer la que permita crear dicha colección con la autorización de los pontífices Gregorio XIII, Sixto V y Gregorio XIV. Posteriormente la condesa recorrió varios monasterios españoles para ampliar la colección traída de Roma. Con esta recopilación pretendían dar importancia a la colegiata al realizar la segunda colección de reliquias más importante que se encuentra en España con certificados de autenticidad, siendo la primera la que se encuentra en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Todas estas reliquias se encuentran en el interior de una capilla de planta cuadrada rematada por una bóveda de aristas, que se terminó de construir en 1658. En el interior de esta capilla, hay un armario de estilo renacentista que consta de tres cuerpos con veintiuna hornacinas cada uno, enmarcadas con arcos de medio punto y separadas por relieves en forma de columnas.
Alberga alrededor de dos mil reliquias de distintas partes del mundo, contenidas en casi un centenar de relicarios. Entre ellas destacan: una ampolla con la sangre del Señor, un trozo del pesebre y otro de su cuna, un tapete en el que estuvo envuelto durante más de cuatrocientos años el pesebre del Señor, un paño con sangre de Cristo y que el apóstol San Juan entregó a la Virgen María, un lignum crucis, un trozo del recipiente que sirvió en el lavatorio de los pies de los apóstoles, madera de la cruz del Buen Ladrón, nueve bustos de pontífices, quince bustos de las santas vírgenes, cincuenta y ocho bustos de diversos mártires, treinta y ocho brazos, ocho medios cuerpos, diecinueve relicarios, veinte sepulcros, cuatro cajas con cenizas, trescientas veinte reliquias con nombre, una gran cantidad de reliquias sin nombre y otras más que no se enumeraron.
Como se ha dicho, todas ellas constan de una bula o auténtica que demuestran su autenticidad y su procedencia, además del relato de su transporte y los distintos pagos que se hicieron para que llegase a su destino.
Os recomiendo el acceso a un espacio tan singular que independientemente se crea en la veracidad de dichas reliquias, es impactante de visitar.
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